Este buque es controvertidamente famoso en relación al hundimiento del RMS Titanic, debido a su inacción durante la tragedia a pesar de ser el barco más cercano al lugar donde se produjo el hundimiento.
El SS Californian fue botado el 26 de noviembre de 1901 en Dundee (Escocia) y estaba diseñado para hacer esencialmente labores de cabotaje, transportando principalmente algodón, y podía transportar además una reducida cantidad de pasaje (47 pasajeros y 55 tripulantes).
La noche del hundimiento del Titanic
Hacía muchos años que en el Atlántico Norte no se daba una noche como aquella del 14 de abril de 1912. No había luna y en la bóveda celeste brillaban con intensidad todas las estrellas. El viento estaba en calma y la mar llana, tranquila como un plato. Su superficie había adquirido un matiz aceitoso en el que se reflejaban hasta las más pequeñas estrellas. Y hacía frío. Desde que se puso el sol, el termómetro había ido bajando hasta que la columna de mercurio quedó estacionada en la marca de los cero grados centígrados en todo el sector situado al sur de Terranova.
A velocidad moderada un gran vapor mixto cortaba el mar aquella noche en la zona de los 42 grados de latitud Norte 49 grados de longitud Oeste. Era el Californian, uno de los viejos elefantes de la línea regular Liverpool-Boston.Pertenecía a la naviera Leyland una de las que componían el gigantesco grupo empresarial IMM dirigido por J.P. Morgan y, que entre otras compañías, era también propietario de la White Star Line.
Aquel 14 de abril había sido un domingo muy largo. El telégrafo no había dejado de recibir en todo el día avisos de la presencia de grandes iceberg en la zona. Desde el propio Californian habían avistado hielo en diversas ocasiones, la última a las 18 30 horas momento en el que se habían cruzado con tres grandes témpanos que derivaban peligrosamente hacia el Sureste. El capitán del barco, Stanley Lord, había ordenado que se moderase la velocidad y que se extremasen las medidas de seguridad dada la gran cantidad de hielo que se suponía existía en la zona.
Sobre las 22 21 horas el tercer oficial del Californian Charles Victor Groves, de guardia en el puente de mando desde las 20 horas, pudo ver que el mar en torno al casco del barco comenzaba a rodearse de pequeños montículos blanquecinos. En un principio el joven piloto pensó que se trataba de una gran manada de delfines o marsopas. Groves se asomó desde la bacalada de estribor al mar para poder observar con más detalle la multitud de pequeñas manchitas que se adivinaban en la superficie, cuando apareció el capitán Lord.
– Es hielo Mr. Groves- comentó secamente mientras ordenaba parar las máquinas.
Paulatinamente el barco comenzó a perder velocidad al tiempo que los pequeños montículos blancos que había visto el tercer oficial comenzaban a aumentar de tamaño y a rodear al Californian por todas partes. Cuando el buque quedó inmóvil sobre la superficie del mar un gran banco de témpanos y placas de hielo hizo su aparición. Era enorme. A pesar de la oscuridad de la noche se adivinaba que podía tener varias millas de extensión.
El capitán Lord se volvió hacia Groves y le dijo:
-No pienso continuar la marcha hasta que amanezca. Ordene que el carpintero sonde los tanques y las sentinas. Estaré en mi camarote. Avíseme ante cualquier imprevisto.
Cuando Lord se hubo ido Groves suspiró aliviado. “Mejor parados que navegando y con el viejo en el puente”. Aunque los capitanes no hacían guardias de navegación, estaban obligados a permanecer en el puente de mando ante la más mínima situación que pudiera suponer un peligro para el buque.
Sobre las once de la noche, una hora antes de que finalizase su guardia, Groves pudo divisar al Sureste de su posición las luces de otro buque que parecía navegar a gran velocidad. Un vistazo con los prismáticos le convenció de que se trataba de un gran trasatlántico y que no debía de encontrarse a mucha distancia.
Desde la cubierta inferior, en la cual se encontraba, en el cuarto de derrota, en cuyo sofá solía instalarse el capitán en casos como éste, Lord pudo ver también las luces del otro buque. Sin embargo al contrario que Groves, el capitán del Californian pensó que debía tratarse de un carguero de gran tonelaje. Para salir de dudas se dirigió a la cabina de telegrafía en la cual permanecía de guardia desde las 7 de la mañana el operador Marconi del buque, Cyril Evans.
Lord interrogó a Evans acerca de los buques que se encontraban en las proximidades.
-Sólo el Titanic, capitán- respondió el radiotelegrafista
Lo que Lord replicó:
– Infórmele de que estamos parados y rodeados de hielo. Mr. Groves le proporcionará ahora nuestra posición exacta.
Groves proporcionó a Evans las coordenadas en las que se encontraban y le pidió permiso para utilizar el equipo telegráfico cuando terminase su guardia a medianoche. Groves se había aficionado a la telegrafía sin hilos, una auténtica novedad por aquel entonces, y le gustaba ponerse los auriculares y escuchar las transmisiones de cuando en cuando. Evans le comentó que no tenía inconveniente pero que lo más seguro era que a esa hora ya se encontrase dormido. Una vez hubo salido de la cabina Groves, el telegrafista pulsó las letras MGY, la señal distintiva de llamada del Titanic, y transmitió el mensaje que el capitán Lord le había dejado. Sin embargo, casi no pudo terminar. El operador del Titanic le interrumpió bruscamente con el siguiente mensaje:
– “Cállate, cállate estoy ocupado, estoy trabajando con Cabo Race.”.
Evans, cansado y contrariado por la poco amigable respuesta que acababa de recibir desconectó el equipo y se acostó. Eran las once de la noche.
Groves en el puente de mando seguía pendiente de las luces del otro buque que parecían acercarse a toda velocidad. Sobre las 23 40 horas el otro buque pareció detenerse y apagar la mayor parte de sus lus luces. El tercer oficial del Californian recordó entonces que en algunos trasatlánticos la tripulación solía apagar las luces de los salones y cámaras de pasaje al aproximarse la media noche para invitar al pasaje a retirarse a sus camarotes. Cinco minutos, después, a las 23 45 el capitán Lord subió nuevamente al puente de mando y mantuvo una charla con Groves sobre el barco que se distinguía en la lejanía.
Lord seguía opinando que se trataba de un carguero de mediano tonelaje mientras que Groves aseguraba que, en su opinión, el vapor en cuestión era un gran trasatlántico. Tampoco se pusieron de acuerdo en la cuestión de la distancia. El joven oficial estimaba que el barco debía encontrarse a más de diez millas náuticas, el doble de la distancia a la cual, según el capitán del Californian, se encontraba. Para salir de dudas Groves conectó la lámpara morse e hizo señales al buque sin obtener respuesta. A pesar de los repetidos intentos por ponerse en comunicación con el desconocido visitante no tuvo éxito.
Mientras Groves seguía insistiendo con las señales luminosas el capitán Lord había vuelto a bajar al cuarto de derrota. Minutos después, a las 24 horas, entraron el segundo oficial Herbert Stone junto con el alumno de náutica, el agregado James Gibson. Ambos se dirigían al puente de gobierno para relevar a Groves. El capitán les informó de la presencia del otro buque y les ordenó que en el caso de que se produjera cualquier novedad le avisaran. En el puente de mando Groves compartió una taza de café con los recién llegados y comentó las novedades de la guardia con ellos.
Los dos oficiales contemplaron las luces en el horizonte durante unos minutos y llegaron a la conclusión, coincidiendo con la opinión del capitán Lord, de que el buque era una carguero y no un trasatlántico. Groves se encogió de hombros y abandonó el puente del Californian. Bajó la escala que le llevaba a la cámara y entró en la cabina del radiotelegrafista dispuesto a practicar un poco el morse. Al abrir la puerta Groves distinguió en la penumbra del camarote la silueta de Evans que se había acostado y estaba a punto de quedarse profundamente dormido. Antes de acostarse Evans había desconectado el equipo y Groves intentó sin éxito encenderlo manipulando los diales. Sin embargo su poca experiencia hizo que olvidase dar cuerda al detector magnético que accionaba el aparato y por tanto no pudo oir nada, asi que dejó los auriculares y se retiró a la cámara de oficiales. Eran las 00: 15 horas del lunes 15 de abril de 1912.
El capitán Lord estaba enfrascado en la lectura de un libro en el cuarto de derrota. Sobre las 00: 40 decidió descansar un rato y se tumbó en el sofá como acostumbraba a hacer en las ocasiones en las que por motivos de la navegación podía ser requerido en cualquier momento por los oficiales de guardia en el puente de mando. Antes de tumbarse Lord llamó a través del tubo acústico al puente de mando para comprobar si había cambiado la situación con respecto al otro buque. El segundo oficial Stone le contestó que no había habido novedad.
Cinco minutos después, justo a las 00:45, algo a estribor hizo que los dos oficiales de guardia girasen de inmediato la cabeza en dirección al lejano buque. Una especie de fogonazo, un resplandor blanco iluminó el horizonte.
Pocos minutos después se repitió el fenómeno y gracias a los prismáticos los dos oficiales pudieron comprobar que se trataba de cohetes de color blanco.
En aquella época no existía aún una legislación que regulase de forma concluyente el uso de cohetes u otros artefactos pirotécnicos en el mar. Los cohetes podían ser utilizados para pedir auxilio, comunicarse entre buques de la misma compañía mediante señales previamente acordadas y también como medio de comunicación entre bacaladeros, buques dedicados a la caza de focas, señales militares etc. Inmediatamente Stone informó al capitán Lord de la novedad a través del tubo acústico y le informó que habían sido disparados un total de cinco cohetes de color blanco. Lord preguntó si se trataba de cohetes de señales privadas de alguna compañía a los que Stone respondió que no podía distinguirlos con la suficiente claridad. Lo único que era seguro era el color de los cohetes; blanco. El capitán le ordenó entonces que intentase contactar con el otro buque por medio de la lámpara morse nuevamente y cuando obtuviese respuesta se lo hiciera saber por medio del agregado Gibson.
Gibson volvió a hacer funcionar la lámpara e hizo señales durante tres minutos aproximadamente . Al no tener respuesta de ningún tipo enfocó sus prismáticos hacia el buque desconocido en el momento en el que lanzaba un sexto cohete. Gracias a los binoculares Gibson pudo ver con toda claridad que se trataba de un cohete detonante de señales de color blanco. Stone vió también el cohete aunque sin tanto detalle como Gibson ya que éste tenía los prismáticos. Diez minutos más tarde los dos oficiales pudieron ver un séptimo cohete y a la 01: 40 vieron el octavo y último cohete que fue lanzado aquella noche.
Durante todo el tiempo Stone y Gibson discutieron acerca del extraño buque.
En un determinado momento de la conversación Stone comentó:
-Un barco no se pone a tirar cohetes en medio del mar por nada- mientras que Gibson declararía más tarde “que sospechaba que se trataba de alguna clase de emergencia”.
Cuando volvieron a observar con los prismáticos el buque, les pareció como si el volumen de la obra muerta hubiese aumentado: “Parecía que una gran parte de él estaba fuera del agua. Las luces de popa estaban más altas que antes”.
Sobre las 2:20 de la madrugada el extraño buque pareció desvanecerse; desapareció. Stone dijo que había comenzado a navegar hacia el Suroeste cuando disparaba el primer cohete ya que notó que la posición con respecto a ellos variaba. Gibson sin embargo no notó ningún cambio en las marcaciones.
Simplemente veía que el otro buque iba desapareciendo de forma gradual.
Durante largo rato mostró su luz roja, la luz de costado de babor, nunca la verde como sería de esperar en un buque que navegaba hacia el Oeste.
Aproximadamente a las 02:40 horas volvieron a avisar al capitán Lord para informarle que que no habían vuelto a ver más cohetes. Lord insistió si estaban completamente seguros de que los cohetes avistados no eran cohetes de colores. “Sólo blancos capitán”, respondió el segundo oficial.
De todas formas el buque ya se había ido. Stone y Gibson continuaron con su guardia sin que ocurriera novedad alguna, hasta que a las 03:20 un nuevo cohete iluminó el cielo. Esta vez sin embargo, el cohete fue visto mucho más alejado y más al sur que los primeros. Minutos después un segundo y un tercer cohete se elevaron en el horizonte sin que se vieran las luces de ninguna embarcación. El barco que los estaba disparando se encontraba muy por debajo del horizonte para poder ser divisado.
A las cuatro de la mañana el primer oficial George F. Stewart relevó en el puente a Stone y Gibson. Stone le relató el desarrollo de los acontecimientos durante aquella movida guardia y le dijo que había informado al capitán en tres ocasiones distintas. Stewart enfocó los prismáticos hacia el buque que ahora empezaba a aparecer (comenzaba a alborear en aquellos momentos) y casi con toda seguridad pudo ver a un pequeño trasatlántico con una única chimenea. Le preguntó a Stone si era ese el buque que habían visto durante su guardia a lo que el segundo oficial respondió que no.
Cuando el segundo oficial y el agregado se marcharon Stewart se quedó pensativo en el puente. Sabía que, por lo general, cuando un buque dispara cohetes en la mar hay muchas posibilidades de que esté pidiendo auxilo o indicando algún peligro. Tenía la fuerte sospecha de que algo muy grave había sucedido. Sobre las 04:30 se reunió con el capitán Lord para comentar con él, el asunto de los cohetes. Lord se encontraba en el cuarto de derrota del buque trazando en la carta náutica una derrota para salir del banco de hielo que les había rodeado prácticamente. Al ver entrar a Stewart el capitán del Californian levantó la vista de la carta:
– Capitán, convendría poner rumbo al sur. Hay un buque parado en la zona en la que han sido avistados los cohetes hace un par de horas.
Sin decir nada Lord cogió unos prismáticos y salió a cubierta. Estudió durante unos segundos la silueta del buque que se divisaba en el horizonte y se volvió hacia su primer oficial:
– Mr. Stewart, no veo nada anormal. Seguiremos parados hasta que haya amanecido completamente. – Eran aproximadamente las 04:30 de la madrugada del lunes 15 de abril de 1912
Los siguientes 50 minutos han permanecido siempre como un misterio. Nada se sabe de las posibles conversaciones que mantuvieron el capitán y primer oficial del Californian durante aquel intervalo de tiempo, pero parece muy probable que Stewart anduviese dándole vueltas al asunto durante todo el rato. Era un profesional con mucha experiencia y sabía que algo anómalo podía estar sucediendo. Primero la serie de ocho cohetes blancos. Casi dos horas después de que el último cohete fuese disparado nuevos cohetes iluminaban la noche, esta vez más al sur, y ahora un trasatlántico detenido en mitad de la ruta más transitada del Atlántico Norte. No era normal. Finalmente a las 5:20 de la madrugada, ochenta minutos después de haber entrado de guardia, Stewart hizo lo que desde que se avistó el primer cohete debía haber hecho el capitán Lord. Se dirigió a la cabina de radio y despertó al telegrafista Ciryl Evans.
– Conecte la emisora y trate de contactar con un trasatlántico que se encuentra parado a unas doce millas de nuestra posición y pregúnteles si ocurre algo.
Medio dormido y sorprendido Evans manipuló los mandos del equipo y transmitió el mensaje de Stewart. Durante unos segundos esperó la respuesta con los ojos entrecerrados y separando con las manos los auriculares de sus oídos.
El otro barco se encontraba muy próximo y la respuesta le atronaría en los oidos. En unos pocos segundos el repiqueteo eléctrico del morse invadió la cabina de telegrafía del Californian. El contenido del mensaje despertó por completo a Evans. Atolondradamente tomó nota y subió al puente en el que se encontraban el capitán Lord y Stewart. Los dos oficiales se quedaron sorprendidos al ver aparecer a Evans en camisa de dormir y el rostro desencajado por el espanto
– Es el Carpathia señor- balbuceó Evans.- Está recogiendo a los supervivientes del Titanic que se ha hundido esta noche en los 41-46 Norte 50-14 Oeste.
La cara de ambos oficiales cambió de color al oír el mensaje. El Titanic se había hundido a menos de doce millas de su posición y ellos, simplemente, no habían hecho nada.
El SS Californian se perdió en la Primera Guerra Mundial el 9 de noviembre de 1915, siendo hundido por un ataque de torpedos del submarino alemán SM U-35 a 61 millas (98 km) al sudoeste del cabo Matapán (Grecia), perdiéndose sólo una vida. Los restos del Californian aún no han sido descubiertos.
Autor: Juan Carlos López