Las olas gigantes fueron consideradas hasta hace muy poco como un mito, uno más de los muchos que todavía acompañan a la vida en el mar. Los marineros hablaban de extrañas olas que a veces surgían como muros de agua incluso en dirección distinta al oleaje y en mares calmados.
el 1 de enero de 1995, la plataforma petrolífera “Draupner” registró una ola de 18,5 metros de altura en el Mar del Norte. El mito terminó y comenzó la ciencia. Ese mismo año, frente a las costas de Santander se registró una ola de 26,13 metros, equivalente a un edificio de 8 pisos…
Según los expertos se han identificado tres tipos diferentes de olas gigantes:
Las “murallas de agua” que pueden viajar decenas de kilómetros antes de deshacerse.
Las “tres hermanas”, que se forman de tres en tres y coinciden con la descripción de los tripulantes del “Louis Majesty” recientemente accidentado.
Las “solitarias”, que se generan durante una tormenta y pueden ser hasta cuatro veces más grandes que el resto de las olas a las que acompañan.
Los científicos hablan de “trenes de olas” en las que las que las ondas que vienen por detrás van montando sobre sus predecesoras hasta sumar altura y energía en una ola “monstruosa”.
Recientes investigaciones han identificado la existencia de áreas marinas donde es más probable la ocurrencia de estos episodios. Los lugares más propicios serían zonas costeras donde hay bruscas variaciones en la profundidad de las aguas y en las que existen fuertes corrientes marinas. En estas condiciones, las olas pueden encontrar un corredor en el concentrar su energía como ocurre con los haces de luz cuando atraviesan una lupa.
La investigación sobre este fenómeno continua abierta y la Unión Europea financia un programa específico. Se estima que en las últimas décadas las olas asesinas averiaron o hundieron a unos 200 buques de más de 200 metros de largo y que 540 marinos perdieron la vida.
“Se genera en un instante y desaparece”
“Se trata de un fenómeno poco frecuente y difícil de precisar ya que se da en un instante y desaparece”, explica el director del Laboratorio de Ingeniería Marina de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) doctor Agustín Sánchez Arcilla. El temporal que azotaba la costa catalana el pasado miércoles “era importante pero no excepcional, aunque tenía unas características poco frecuentes”: precisamente, grupos de olas grandes y regulares, explica Sánchez Arcilla. No los causaba el viento sino el mar de fondo generado por la incidencia de una tormenta lejana. Científicamente, pues, cabe la posibilidad de que se dé una ola anormal. De hecho, la boya de medición de oleaje del cabo de Begur registró olas individuales de 10 metros. La altura de una ola anormal es relativa; se considera anormal una ola extremadamente alta en medio de olas que ya son extremas. De ahí se deduce que el golpe de mar que sacudió el crucero superaba ampliamente esa altitud. Cuando el oleaje está causado por el viento la regularidad de los golpes de mar es menor y el riesgo de olas extremas también baja. Muchos de los accidentes en alta mar se pueden atribuir a olas anormales, explica Sánchez Arcilla, “lo que pasa es que no hay nadie mirando para explicarlo”.
De hecho, explica el doctor Sánchez, hasta hace pocos años los registros extremos inscritos en las boyas se borraban porque se consideraban un error.
Autor: Juan Carlos López