La explosión del Cabo Machichaco

Han pasado muchos años y para la generación de santanderinos que vivió las horas amargas del tremendo drama, que amenazó con la destrucción de Santander, ninguna fecha ha quedado impresa con más abultado relieve en la historia de la ciudad.

El “Cabo de Machichaco” fue la más imponente máquina infernal. El mundo no ha presenciado otra explosión parecida. La formula que preparó la fatalidad con la colaboración de infinitos hechos casuales, que parecían buscados de propósito para aumentar el número de víctimas, puede analizarse cuantitativamente, de la siguiente manera:

Cuerpo de bomba. Un casco de acero que desplazaba 1.607 toneladas. De explosivos, 1722 cajas de dinamita, con un peso aproximado de 60.000 kilos. Tubería de hierro, 68215 kilos, 19 cestos de clavos, 9080 kilos de cubos de latón, 1922 kilos de raíles de acero.

Fulminante. No se sabe si actuó como tal el incendio con que el barco entró en Santander, o si fue la repercusión de los golpes dados en el costado al intentar echarle a pique. (Los precedentes dados están sacados de conocimiento marítimo del “Machichaco”, excepto la dinamita, que venía sin declarar.)

En los primeros momentos fueron los muertos alrededor de 400 y 1.000 los heridos que registró la explosión.

 

Los santanderinos, tan vinculados al mar, aprovechando la bonanza de aquella inolvidable tarde de Otoño -la estación ideal de la Montaña-, al saber de un barco que ardía en Maliaño, llenaron la enorme avenida marítima, igual que hacen hoy ante atracada de un barco de guerra o las evoluciones de un hidro, dando con ello cebo a la muerte que nunca pudo encontrar víctimas más propicias.

A toda la ciudad alcanzaron los efectos de la metralla, y aún fuera de ella cayeron muertos y heridos. Sobre muchos tejados quedaron restos humanos, que obligaron a la Alcaldía a la publicación de un aviso, rogando a los propietarios que reconocieran las cubiertas de sus respectivos edificios y dieran cuenta de los macabros hallazgos, que fueron muchos.

A la terrible explosión como ahora el huracán, sucedió el incendio. La metralla candente hizo que se incendiara simultáneamente la casa número 9 de la calle Calderón de la Barca, la Audiencia, el Depósito de Tabaco y el muelle de madera, siendo pasto de las llamas treinta y tres edificios.

El fuego, abandonada la ciudad por sus habitantes y muertas todas las autoridades en la explosión, no pudo ser atacado hasta que llegaron refuerzos de Madrid, Bilbao, San Sebastián, aparte algunos, menos eficaces que generosos, de la provincia, y duró hasta el día 9. Las pérdidas se calcularon en doce millones de pesetas.

Los que como culpables señaló el pueblo: el capitán del barco, don Facundo Léniz, que negó la cantidad de dinamita que traía de contrabando, y el consignatario. Ambos perecieron en la catástrofe. Sus cuerpos no aparecieron. La justicia les negó el abrazo indulgente de la tierra.


Autor: Juan Carlos López

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