Goleta “Endurance”

La odisea antártica de Shackleton

«Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Mucho frío. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Cuando Ernest Shackleton insertó este anuncio en la prensa británica en los primeros meses de 1914, no imaginó cuánto de verdad había en aquella terrible oferta de trabajo. Se trataba de atravesar a pie por vez primera el continente antártico, una misión capaz de poner a prueba el temple de cualquier aventurero romántico, cuando el mundo estaba por descubrir.

«Moriremos como caballeros. Espero que esto demostrará que la capacidad de sacar fuerzas de flaqueza y de sufrir no ha desaparecido de nuestra raza… Si hubiésemos vivido, podría contar una historia de penalidades, resistencia y valor de mis compañeros que habría conmovido el corazón de todos los ingleses. Estas apresuradas notas y nuestros cadáveres contarán la historia…», había escrito poco antes de morir en las devastadoras soledades del Sur el explorador británico Robert Falcon Scott. A los hombres que acudieron al reclamo de Shackleton les faltó muy poco para seguir su camino.

El 4 de agosto de 1914 estalló la Primera Guerra Mundial. Shackleton ofreció su buque, el Endurance, al Almirantazgo. El entonces almirante Winston Churchill le ordenó que siguiera adelante con su proyecto, la Expedición Imperial Transantártica. Antes de partir, sir Ernest Shackleton, con 40 años, ya era un héroe: había protagonizado dos expediciones polares contra vientos de 200 kilómetros y temperaturas de -50 grados, narradas en un libro que se vendió muy bien, El corazón de la Antártida. Una de ellas le llevó a sólo 170 kilómetros del Polo Sur.

 

El aprendizaje del sufrimiento le llevó a extremar las precauciones en la nueva tentativa; los preparativos fueron abrumadores. Conocedor de los fallos que costaron la vida a Scott, Shackleton compró una goleta de tres palos y 300 toneladas en el famoso astillero noruego Framnaes. Se llamaba Polaris, tenía 48 metros de eslora y estaba construida con planchas de roble y de pino noruego de hasta 80 centímetros de espesor recubiertas de ocote, «una madera tan dura que no podía trabajarse con herramientas corrientes». También cambió los caballos empleados por Scott por 69 perros mastines, sabuesos, pastores, perdigueros… que, tristemente, demostrarían ser incapaces de afrontar la tiranía antártica.

El 7 de diciembre, bien pertrechado y recién pintado, el buque rebautizado como Endurance entró en zonas de hielo, aunque era pleno verano austral.

Shackleton decidió poner proa al Sur. El 19 de enero de 1915, y cuando le quedaban unas pocas millas para alcanzar el continente, el Endurance, quedó atrapado por el abrazo de oso de los hielos polares.

Cogido en su cepo gélido, el barco derivó hacia los 74 grados Sur. Fue zarandeado, tumbado sobre sus amuras y exprimido por fuerzas telúricas. «En los témpanos, los hombres se turnaron para cavar desesperadamente trincheras en torno al buque agonizante. Dentro de éste, el sonido del agua que entraba y el clic clac de las bombas se elevaba por encima de los gemidos de las torturadas vigas», escribió el comandante en su cuaderno de viaje.

Días después se abrieron nuevas vías de agua y el barco se fue a pique irremediablemente. Los hombres se quedaron sin más cobijo que un montón de tablas y unos botes salvavidas. Para protegerse del viento helado y del frío sólo vestían chaquetones y pantalones tejidos por Burberry, con el punto muy apretado, pero que no eran impermeables. La escarcha poblada sus bigotes y cejas.

El fotógrafo australiano que acompañaba a la expedición, Frank Hurley, debió bucear entre el agua helada que anegaba su cuarto oscuro para rescatar las fotos de estas páginas. Shackleton, sin perder el carácter tranquilo y decidido que era su principal patrimonio, ordenó a sus hombres que levantaran un campamento de fortuna en el helado mar de Weddell.

Un puñado de entre ellos, al mando del propio sir Robert Shackleton, botó las tres barcas de salvamento para tratar de obtener ayuda. Pero debieron regresar y establecerse en un nuevo campamento al que bautizaron, por mejor nombre, Paciencia. La comida empezó a escasear y los hombres se pusieron a cazar y a comer la carne de pingüinos y focas. El campamento derivó hacia el Círculo Antártico… Un día, descubrieron que viajaban hacia un gran boquete de hielo, por lo que decidieron evacuar la zona: los exploradores subieron a los botes salvavidas y alcanzaron Isla Elefante, la primera tierra firme que pisaban en dieciséis meses. Las penalidades se suceden. Pero nadie protesta.

«A Blackborow le operaron hoy los dedos de los pies –escribió en su diario el tripulante Greenstreet–; le cortaron todos los dedos del pie izquierdo dejándole muñones de medio centímetro. Fuí de los pocos que siguió la operación y fue muy interesante. El pobre chico se comportó espléndidamente». Un marinero anotó que jamás podría olvidar en su vida el ruido de los dedos congelados cayendo sobre una lata de conserva.

 

Sin dejarse vencer por la desesperación, Shackleton escogió a un puñado de hombres y decidió realizar un viaje imposible, 800 millas hasta alcanzar la isla de San Pedro. Shackleton, Worsley, Crean, McNish, McCarthy y Vincent se embarcaron en la txalupa James Caird, de poco más de cinco metros, y pusieron rumbo a Georgia del Sur. Una ruta que, aún hoy, sólo afrontan sólidos mercantes que son zarandeados por el océano sureño, el más tempestuoso y violento del planeta. Con las prisas, cargaron poca agua y la sed se convirtió en su primer enemigo: para refrescarse, sólo podían ponerse trozos de carne de foca helada sobre los labios.

Tras una travesía inconcebible a los ojos de cualquier marino, desembarcaron en el glaciar de Cabo Rosa; tambaleantes, treparon montañas de 3.000 metros sin alimentos y con la sola ayuda de una azada y una estacha, recorrieron 40 kilómetros en apenas 36 horas hasta alcanzar el puerto ballenero de Stromness, su refugio, su comida enlatada y su civilización repleta de vértebras de ballena y olor a grasa de ballena quemada. Era el 20 de mayo de 1916.

Shackleton, fiel a los 22 hombres que dejó atrás, gestiona su rescate: los tres primeros intentos fracasaron. Pero, con la ayuda del Gobierno chileno, Shackleton zarpó el 25 de agosto de 1916 en el pesquero ‘Yelcho’, que entró en la zona helada para subir a bordo a los 22 tripulantes que esperaban en la Isla Elefante. De manera casi increíble, los 28 hombres del Endurance regresaron a casa. El mundo se hallaba sumergido en plena guerra y su reaparición entre los vivos pasó casi desapercibida. Es más, muchos de ellos se incorporaron al frente para jugarse el pellejo que habían salvado milagrosamente en el Sur más hostil.

 


Autor: Juan Carlos López

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