¡Hombre al Agua!

Como algunos otros oficiales superiores, estaba en la cámara de jefes medio amodorrado mientras el vídeo del barco nos ofrecía una película difícil de seguir. Eran las cuatro y veinte de la tarde del viernes tres de diciembre de 1999, navegando a bordo del portaaviones “Príncipe de Asturias”

El altavoz de órdenes generales me sacó de la modorra con brusquedad: “Hombre al agua por babor, hombre al agua por babor”. Mientras corría por los pasillos hacia el puente pude contar hasta siete veces al altavoz declarando la situación de emergencia.

Por los pasillos me crucé con mucha gente que, como yo, se disponía a ocupar su puesto en la situación de “hombre al agua”. En ese momento tuve un mal presagio pues a mi mente acudieron imágenes de más de trece años atrás, cuando fui testigo de otra situación de emergencia a bordo del viejo “Dédalo”. De aquella ocasión guardo el mismo recuerdo de mucha gente corriendo por los pasillos del barco después de producirse una situación de emergencia real.

Los malos augurios volvieron a mi mente cuando al llegar al puente tuve una fotografía de la situación. El barco viraba a babor con rapidez en medio de una mar enfurecida donde, si las olas no eran más grandes, era solo porque el tremendo viento las derribaba antes de alcanzar cotas mayores.

Poco a poco el puente se fue llenando de gente que preguntaba detalles sobre lo acontecido. Las noticias eran contradictorias al principio. Un guindola aseguraba haber gritado la voz de “Hombre al agua” al haber observado a un grupo de suboficiales señalar enérgicamente un punto impreciso en la estela que el buque dejaba en la mar.

Como otros llegué a pensar que se trataba de una falsa alarma ante la imprecisión de los primeros testigos. Creo también que era una forma de esperanza ante las pocas posibilidades que las condiciones ambientales otorgaban al hipotético náufrago. Sin embargo esta esperanza se disipó cuando en el puente un marinero profesional relataba con lágrimas en los ojos como un golpe de mar se había llevado a su compañero ante sus propios ojos.

Así pues había un náufrago en aquel mar tormentoso. La situación de hombre al agua era real. Casi sin darme cuenta vi despegar dos helicópteros. La reacción de los pilotos y sus dotaciones había sido rápida, lo mismo que la del personal que en cubierta oteaba la mar, desafiando las violentas rachas de viento que de cuando en cuando barrían la cubierta de vuelo.

El reloj mientras tanto continuaba su avance impasible. Cada minuto que pasaba restaba posibilidades al náufrago. En el puente alguien comentó que la temperatura del agua era de 23 grados centígrados, a lo que algún gaditano respondió con guasa, rompiendo momentáneamente la tensión al asegurar que con esa temperatura “se iba a ashisharrá”.

Personalmente creo que la temperatura del agua debía rondar los 14 grados. Para esa temperatura los manuales conceden hora y media de tiempo antes de que el individuo comience a perder la conciencia y a ahogarse. Sin embargo el fuerte golpe al caer y las duras condiciones de viento y mar restaban sensiblemente credibilidad a dicha tabla.

Ya había pasado una media hora larga. Los helicópteros en el aire y los barcos en la mar continuaban su plan de búsqueda centrados en el rosco salvavidas que alguien había lanzado al escuchar la voz de “Hombre al agua”. A bordo cientos de ojos se habían sumado espontáneamente a los de los serviolas de guardia, en una búsqueda desesperada del náufrago del que ya sabíamos que era un marinero profesional destinado en la lavandería y que respondía al nombre de Bernardo.

 

Como yo, creo que la mayor parte de la dotación se había rendido a la evidencia de los elementos. Entonces ninguno sabíamos que Bernardo no.

No se quién fue el primero en verlo. Solo se que poco a poco fueron muchos los que se fueron sumando al grupo que desde el puente señalaban un punto en medio del temporal. Era Bernardo, que agitaba su camiseta en un intento desesperado de comunicarnos que él no se había rendido. La emoción se apoderó de todos nosotros.

Los buques se acercaron poco a poco al lugar que señalaba el estacionario de un helicóptero de la Quinta Escuadrilla. Desde el helicóptero dos cuerpos se precipitaron al agua. Eran los nadadores de rescate a los que Bernardo recibió como si fueran ángeles. Desde el portaaviones prácticamente toda la dotación asistía al rescate desde la cubierta de vuelo sin poder contener la emoción. He visto lágrimas en los ojos de más de uno, lágrimas que enaltecen a sus propietarios, pues la mar que tanto quita, nos devolvía con vida a un muchacho por el que ya muy pocos apostaban.

Algunos iniciaron un tímido aplauso cuando Bernardo descendió del helicóptero a la cubierta de vuelo. Enseguida los de Sanidad lo envolvieron en mantas y lo llevaron a la Enfermería, pero para entonces ya lo habíamos visto y ya sabiamos que Bernardo volvería a casa con nosotros. Particularmente emocionante fue el reencuentro de Bernardo con el compañero con el que se encontraba cuando la mar se lo llevó.

Ya recuperado, Bernardo nos contaba su experiencia: “Había salido a ver la mar desde la galería. De pronto una ola chocó con el barco y ascendió lamiendo los costados de éste, atravesó la rejilla que había debajo de mis pies y me elevó violentamente al aire. Mi compañero consiguió agarrarse, pero yo no. Como llevaba mucho tiempo descendiendo interpreté que estaba cayendo al agua por lo que empecé a gritar mientras corregía mi posición en el aire para impactar en el agua de la forma menos violenta.”

“Caí de pie. Lo primero que recuerdo al salir a superficie fue escuchar las pitadas del barco. Eso me tranquilizó. El barco me pareció enorme al pasar a mi lado a una velocidad que a mi me pareció altísima. Yo no paraba de gritar “Hombre al agua, hombre al agua”.

“Me quedé solo. No podía nadar, la mar tenía mucha fuerza y yo muy poca encomparación con ella. De todas maneras estaba tranquilo, y me tranquilicé más aún cuando vi que el “Príncipe” daba la vuelta. Me quité las botas que me dificultaban el movimiento de las piernas. Vi helicópteros despegando del barco. Varios barcos se acercaban desde el norte, así que agité los brazos tratando de llamar su atención.”

“No me vieron, y me sorprendió, porque concretamente una fragata pasó a no más de veinte metros. Razoné sin perder la calma: No me ven, pensé, porque la marinera es oscura y la mar también, debo quitármela.

Me quité la marinera y me deshice de ella, no sin antes recuperar del bolsillo las llaves de la lavandería que guardé en el bolsillo del pantalón. Ahora me verán, pensé mientras agitaba nuevamente los brazos.”

“Un helicóptero pasó justo por encima de mí. Llamé su atención acompañando el movimiento de mis brazos con gritos. No me vieron y, por supuesto, no me oyeron. Volví a razonar: La camiseta que llevo es blanca como la espuma de la mar, por eso no me ven. Me quité la camiseta y decidí usarla como bandera para llamar la atención del próximo barco o helicóptero que se acercara.”

“El “Príncipe” se acercaba despacio y también los dos helicópteros. Agité la camiseta con energía pensando que otra vez pasarían de largo. Ya me habían visto, pero yo no lo sabía, por eso continué agitando los brazos y la camiseta hasta que vi claramente a uno de los pilotos que con el pulgar hacia arriba me tranquilizó señalándome que me había visto. Cuando vi caer a los nadadores de rescate tuve conciencia de que podría contarlo. Empezaba a estar muy cansado…”

Y esto fue lo que pasó, o al menos así fue como yo lo viví y lo que a Bernardo escuché. Creo que fue un día muy importante para todos nosotros y por eso lo escribo antes de olvidarlo. Alguien habló de la Virgen del Carmen y de su intercesión.

Estoy de acuerdo. Pero creo que tampoco debemos olvidar a los pilotos y sus dotaciones de vuelo que reaccionaron con toda la rapidez posible. Ni al personal de vuelo que en condiciones extraordinariamente adversas prepararon la cubierta y las aeronaves con no menos profesionalidad.

Tampoco debemos olvidar la reacción en cadena que sucedió desde la caída de Bernardo y que hizo llegar al puente inmediatamente la voz de “Hombre al agua”, ni al propio puente que reaccionó de acuerdo a la urgencia señalando la posición inmediatamente y que luego coincidiría plenamente con la de Bernardo. Pero sobre todo, no debemos olvidar la generosidad de toda la dotación que se sumó de manera espontánea a la búsqueda de Bernardo sin otra orden que la nacida del propio corazón y sin otro interés que el de procurar a toda costa que Bernardo pasara las Navidades con su novia, con sus amigos y con sus familiares, y, sobre todo, con nosotros.

Hoy, el día después, es tiempo de dar gracias a la Virgen del Carmen, pero es también tiempo de sentirse orgulloso de los hombres y mujeres que forman las dotaciones del Grupo Alfa de la Flota.


Autor: Juan Carlos López

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