Cementerio de barcos y hombres

Cuando los grandes buques realizan su último viaje, ponen rumbo a playas del sur de Asia. Allí, miles de hombres arriesgan su vida para desmantelar a los colosos con sus propias manos.

Toda dimensión humana se pierde. Personas diminutas caminan entre cientos de colosos de acero que están varados en la playa. Algunos sólo parecen descansar, otros ya están siendo diseccionados y exponen sus vísceras metálicas al aire. Son los barcos cargueros, superpetroleros y cruceros de pasajeros que han surcado los océanos. Han terminado su vida útil y han hecho su último viaje hasta estas playas del sur de Asia. Los buques -algunos tan grandes que tienen más de 300 metros de longitud- son embarrancados contra la playa. Entonces, cientos de trabajadores, que parecen sólo un enjambre de insectos comparados con los leviatanes, llegan por el preciado esqueleto, que está constituido por miles de toneladas de acero.

Primero se recuperan los objetos valiosos de dentro del barco y se quitan los motores. Después, los trabajadores más altos en la jerarquía, los cortadores, separan con un soplete trozos del cadáver del titán. Los restos más grandes son arrastrados hacia la arena con ayuda de cables y los cabrestantes que los barcos usaban en alta mar para levar sus anclas. Sopletes y grúas son la única tecnología usada en el proceso.

 

Los trabajadores acarrean en sus hombros las planchas de acero, pesadísimas y a veces todavía calientes por los cortes. Con caras curtidas por la resignación de una vida sin futuro, se mueven como autómatas. Con un calor sofocante, caminan entre las moles de acero lo más lentamente posible, pero sin parar para no irritar a los capataces que se esconden bajo sombrillas. Los obreros llevan estos trozos de esqueleto metálico a los camiones que los transportarán a las plantas que harán de ellos varillas para la construcción. Así pasan hasta 16 horas al día.

Hay muchos riesgos de accidentes, como la explosión que a Prakash Sing le dejó una cicatriz en la cara. “Es una vida horrible. Tal vez hubiera tenido más suerte si hubiera muerto en vez de seguir viviendo en estas condiciones”, lamenta. La muerte es una visita frecuente. Él cree haber visto morir a más de 200 personas -incluidos varios amigos-. Por ello, las placas que se ven constantemente por los desguazaderos provocan asco: “La seguridad es lo primero”, rezan. Muchos de estos obreros, a los que la piel se les pega en los huesos, van descalzos y sin mucha más ropa que una simple tela amarrada a su cintura a modo de falda llamada dhoti. Algunos de ellos son sólo niños: en Bangladesh, hasta una quinta parte podrían ser menores de 15 años, según un informe reciente de varias ONG.

 

Este método para desmantelar barcos de los países del sur de Asia es conocido en inglés como beaching, por que se hace directamente en la playa. “Es el más barato económicamente, pero, a la vez, el más costoso para las vidas y para el medio ambiente”, denuncia Jim Puckett, director de la ONG BAN, que aboga por la aplicación del Convenio de Basilea, que prohíbe la exportación de residuos peligrosos a países pobres.

Los dueños de los buques, la mayoría de los países ricos, están “externalizando sus costos”: evadiendo su responsabilidad de pagar por tratar apropiadamente las sustancias tóxicas que contienen. Con el desmantelamiento en la playa es imposible evitar que los residuos queden en las costas. La absoluta mayoría de toneladas y toneladas de desechos de cada barco no es correctamente tratada o es quemada a cielo abierto. Además, están exponiendo a estos trabajadores a la muerte, por accidentes o por contacto con sustancias peligrosas. “Es un acto criminal”, repite incansablemente Puckett. Por ello, las ONG piden por todos los medios que los desguazaderos se vayan “fuera de la playa”.


* Un relato de Ana Gabriela Rojas

(Visited 410 times, 1 visits today)