El incendio del Alfonso XIII

El 14 de septiembre de 1920, con el rey Alfonso XIII presente y la reina Victoria Eugenia en el papel de madrina, fue botado el «soberbio trasatlántico, orgullo de la flota mercante y honra de los arsenales de Vizcaya», llamado ‘Alfonso XIII’.

Ante una nutrida y distinguida concurrencia, tras dar la orden de lanzar el barco al agua, éste se quedó atascado a medio camino. Una vez más, y al igual que había ocurrido con los dos barcos anteriores, el ‘Conde de Zubiría’ y el ‘Marqués de Chavarri’, el flamante buque se detuvo en pleno descenso. Nadie movió un dedo y tras unos minutos de incertidumbre amenizados por los ritmos de la Marcha Real, el barco prosiguió su camino entre los gritos de alivio de todos los asistentes. Sin embargo, aquel contratiempo, lejos de quedarse en una simple y graciosa anécdota, animada por el mismísimo monarca que dijo que el barco por llevar su nombre había hecho su real gana, se convirtió en el prólogo de un hecho mucho peor. Una desgracia que sucedió tan solo dos meses después de la botadura del flamante trasatlántico.

 

Varios despidos
El 26 de noviembre de 1920 la noticia saltó en todas las redacciones de los periódicos de Bilbao: el «Alfonso XIII ardía en pompa». Y eso no era lo peor, porque desde los primeros momentos se tuvo la certeza de que el incendio podía ser provocado. Los rumores que señalaban el suceso como producto de un atentado se basaban en que ya desde hacía días la dirección de la Constructora Naval había tomado la decisión de custodiar el barco, práctica inusual en circunstancias normales. Por otro lado, ese mismo día se vieron escritos con greda grandes letreros en los costados del barco que decían: «Compañeros, corréis peligro». También se señaló que los obreros, tras su jornada, abandonaron el barco sospechosamente deprisa, como si supieran que algo iba a ocurrir. ¿De verdad lo sabían? Nunca se supo lo que ocurrió, aunque lo cierto fue que el fuego se inició a los cinco minutos de que los trabajadores abandonaran el buque. De todos modos, con independencia de que la autoría correspondiese a uno o varios obreros, de lo que no cabía ninguna duda era de que el ambiente laboral en los astilleros de La Naval estaba muy revuelto debido a la negativa de los trabajadores a reparar el buque ‘Reina María Cristina’, una postura que había causado varios despidos.

 

El día del incidente estuvieron trabajando en el barco más de cien obreros, los cuales abandonaron su faena a las cinco menos cuarto de la tarde. Pocos minutos después uno de los trabajadores rezagados que aún estaba en cubierta dio la señal de alarma y las sirenas del astillero empezaron a sonar a toda potencia. «El fuego comenzó por las mejores dependencias de la nave -señalaba La Gaceta del Norte-. Las primeras llamas asomaron por el salón de música y por el comedor de primera, que son, con los camarotes de esta clase, instalados al lado de aquéllos, los departamentos más lujosos del trasatlántico». La rapidez con la que se propagaron las llamas fue impresionante. En poco tiempo, el buque se transformó en un terrorífico barco de fuego. Parecía increíble que eso estuviera sucediendo. Los trabajos de extinción se llevaron a cabo de manera rápida, aunque los medios con los que se contaba eran muy precarios. Apenas un puñado de obreros a bordo ayudados por el cazatorpedero ‘Proserpina’, encargado hasta ese momento de las labores de vigilancia. A todo esto se unió la ayuda prestada por los remolcadores ‘Alzu-Mendi’ y ‘Alai-Mendi’, de la Casa Sota y Aznar. Pero no era suficiente, por lo que se tuvo que pedir auxilio al Parque de Bomberos de Bilbao. Estos, una vez cumplimentado todo el protocolo establecido -la correspondiente llamada al gobernador civil para que transmitiera las órdenes al alcalde de la villa-, se presentaron en el lugar de los hechos después de pasadas dos horas del inicio del incendio. La situación quedó controlada poco después de las siete y media de la tarde.

El espectáculo era desolador. La parte alta de la nave fue destruida por completo. Solo quedaba el esqueleto. También quedaron reducidos a cenizas buena parte de los camarotes y los botes que se hallaban en cubierta. Prácticamente todo lo que estaba construido en madera fue arrasado. Obviamente, en ese estado, los planes sobre la finalización de la obra y su entrega a la Compañía Trasatlántica quedaron cancelados. Sería imposible acabar el barco para principios de 1921. De hecho, el ‘Alfonso XIII’ no se entregó hasta 1923 y su coste final ascendió a 36 millones y medio de pesetas frente a los diez millones en los que había sido inicialmente presupuestado.

 

Un centenar de detenciones
Para la mayoría, el incendio había sido provocado. La rapidez con la que se propagaron las llamas y el hecho de que el siniestro tuviera varios focos al mismo tiempo no dejaba lugar a dudas. A esto se añadieron todos los temores de la empresa y el hecho de que el ambiente social de los astilleros estuviera más que caldeado. El rumor dio paso así a la certeza de que todo había sido producto de un atentado.

Ese mismo día se filtró la noticia de que la Guardia Civil había efectuado casi un centenar de detenciones entre los propios trabajadores de La Naval. Se tenía el convencimiento de que el culpable o culpables se encontraban entre ellos. Por otro lado, la empresa del ‘Alfonso XIII’ decidió, ante una situación tan grave, cerrar sus puertas de forma indefinida. Al día siguiente la cifra de detenidos ascendió a casi 260. Y es que cada vez estaba más claro que entre los trabajadores se hallaba el criminal aunque, pese a las labores policiales y las presiones efectuadas, no se logró detener al causante del incendio.


Autor: Juan Carlos López

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